[ CINE | CRÍTICA: “Viejas amigas” ]
CALIFICACIÓN: 2.5/5 | Por Sandro Mairata @smairata / REFLEKTOR
“Esta segunda parte nos llega demasiado tarde”.
Con “Viejas amigas”, el director Fernando Villarán retoma la idea de la bien recibida “Viejos amigos” de 2014, donde la collera era un cuarteto de ancianos varones y los confines de las ocurrencias el Callao; esta vez la historia gira en torno a Meche (Haydeé Cáceres), Pilar (Ana Cecilia Natteri), Cristina (Milena Alva) y Charito (Patricia Frayssinet), cuatro amigas mesocráticas –adultas mayores todas– con toda la costa peruana para sus aventuras.
Este partidor era ya poco original hace diez años –aunque casi inexplorado en el cine peruano– pero desde entonces se ha hecho terriblemente reiterativo en las producciones comerciales (el tópico de “aventuras de un grupo de amig@s” lo hallamos en títulos de Hollywood y Latinoamérica); en el caso del Perú, una cineasta como Ani Alva Helfer para fines prácticos se ha adueñado de la premisa en varias de sus cintas (3 o 4 personajes, una tragedia, un viaje sanador, un final edificante), logrando un gran éxito en 2023 con su “Soltera, casada, viuda, divorciada”, que aspiró incluso a los Premios Platino.
“Viejas amigas” funciona como un “Soltera, casada, viuda, divorciada” en versión senior, toda vez que tendremos de nuevo un viaje por la carretera como elemento unificador ante una desgracia: el diagnóstico de cáncer de Pilar. Esta vez no llevarán una urna de alguien recién fallecido (el McGuffin tanto en “Soltera, casada…” como –mucho antes– en “Viejos amigos”), pero será la contigüidad de la muerte lo que generará por oposición las pulsiones para celebrar la vida.
Del conjunto, es Cáceres quien pone el sabor criollo; Alva interpreta a la amiga medio hippie, Frayssinet es la “señora de buena familia pero pícara en el fondo” y Natteri una suma de todo, con la cuota de serenidad y sabiduría ante los embates de una hija en extremo sobreprotectora –en realidad, castrante–, llamada Marina (Jely Reátegui). Si hay que elegir, me quedo con la Meche de Cáceres, no solo porque representa mejor el espíritu de lo que en teoría proponen estas dos películas sino por precisamente la frescura del personaje.
Hay cuestiones descalibradas: Natteri es un peso pesado del teatro, pero ha demostrado que bien dirigida se puede desprender de esa solemnidad y registro sedoso que ayuda sobre las tablas, pero que aquí desentona. Otro punto bajo es la Marina de Reátegui, dibujada como un personaje unidimensional y plano, lo más cercano a una antagonista incapaz de entender la búsqueda de alivio de su madre. Reátegui tiene mucha chispa demostrada en otras producciones pero este rol no es suyo. Frayssinet y Alva están en su punto, allí done el guion no ofrece demasiadas oportunidades para lucimientos, faltó más ambición por parte de Villarán para ofrecernos más que escenas de baile de marinera para apuntar los distintivos de sus protagonistas.
¿Es esta una comedia? Desde la fotografía repleta de atmósferas brumosas en tonos pastel hasta lo improbable de su historia, “Viejas amigas” se atasca en el pantano habitual de una ‘dramedy’: no hay situaciones realmente hilarantes y los instantes más conmovedores nos llegan en tono ligero. Y se leerá machista pero es difícil comprarse el cuento de cuatro adultas mayores –tres de ellas muy blancas– provenientes de una clase social media-alta limeña –con todo lo conservadora, pacata y cavernaria que puede llegar a ser– emprendiendo lances liberadores como éstos; de los pendencieros “viejos amigos” se hacía más verosímil –la fantasía requiere de códigos para hacerse cohesiva.
Al final, la evidencia apunta a que esta segunda parte nos llega demasiado tarde, cuando la fórmula está desgastada y se necesitaba un guion con más personalidad y una realización más arriesgada para elevarse por encima del montón. Lástima, ello no ocurre esta vez.
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