Aunque la comedia La Cosa es de 2013, año en el que se exhibió en el Festival de cine de Lima, no llegó a tener un estreno comercial. Este año ha sido programada en un circuito integrado por el Teatro Británico, el Teatro Julieta y el Centro Cultural de la PUCP. Las funciones en los dos primeros son teatralizadas y gozan de una intervención que le brinda una experiencia diferente al público. Con tres películas en su filmografía –El destino no tiene favoritos (2003) y El candidato (2016), son las otras-, La Cosa confirma la predilección de su director por explorar registros de comedia fuera de los parámetros más comunes del cine peruano.
Una experiencia sensorial : Al tratarse de una historia que es intervenida constantemente por una dirección de arte con fondos de color tipo viñeta de comic, además de tener un estilo narrativo basado en la exageración a todo nivel, el efecto de ser una película añeja no se siente y deja la sensación, más bien, de estar encapsulada en el tiempo.
La historia, sobre una comunidad playera en la que se desata una pugna entre Doña Justo (Rebeca Ráez), una amargada mujer que vive en un faro y que por despecho desea arruinar a los dueños del hotel 5 estrellas de mar, Fortunato Crespo (Carlos Belloso) y Constanza (Elena Romero), está volcada al delirio. Su universo de personajes es una oda a lo guiñolesco y desmedido, buscando su clave de humor a partir de un cúmulo de sensaciones orientadas permanentemente a la exacerbación de lo absurdo y lo grotesco.
En ese universo de caracteres, sobresalen la gesticulación, el ceño fruncido y los rictus caprichosos. Velarde se preocupa por crear un universo propio que se siente tributario de herencias que transitan entre el colorido almodovariano y algunos desvaríos del surrealismo de Buñuel. Por supuesto, sus intenciones son menores y lo que busca es más llegar a un relato sostenido a través de un engranaje de situaciones que se refugian en la ironía y el humor negro.
Universo propio
Entre todo el elenco, destaca particularmente Rebeca Ráez, cuya maléfica caracterización y el evidente emparentamiento con su personaje, nos deja en claro cuan serio se lo toma. También cabe mencionar a Pablo Saldarriaga, cuyo rol como el contrahecho Giacomo, no es sino la celebración de aquellos monstruosos asistentes tomados de la tradición de la compañía Hammer. Otros intérpretes, en cambio, acomodan más su limitación de recursos detrás de la máscara que supone un registro impostado.
En el balance, La Cosa termina siendo una versión mucho más recargada que la ironía de los clichés telenovelescos de El destino no tiene favoritos. La sensación final es de una película invadida por un absoluto desparpajo en su afán por romper con el mundo real. Es ahí donde Álvaro Velarde demuestra una vocación de rompimiento con un universo terrenal y cotidiano que no le es afín en absoluto. Lo suyo va más por la fabulación, el escape de la realidad tirana y la búsqueda de claves propias para la comedia peruana. Lo que no es decir poco a la vista de espectadores que suelen despotricar en las redes su frustración por la escasa imaginación y riesgo de muchos productos industriales.
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