Critica de Cine : GET BACK: THE BEATLES VISTOS (Y AMADOS) POR PETER JACKSON


 GET BACK: THE BEATLES VISTOS (Y AMADOS) POR PETER JACKSON

Escribe: Rogelio Llanos Q.
I.
Cuentan las leyendas que alguna vez los cuatro muchachos de Liverpool estuvieron a punto de encarnar a cuatro personajes de la gran novela de J.R.R.Tolkien, El Señor de los Anillos (1954). Sí, hablamos de leyendas porque la historia de The Beatles ha dado paso a un sinnúmero de narraciones reales o ficticias de las cuales todos, tirios y troyanos, nos hemos ido alimentando a lo largo de los años. Y la sabiduría fordiana nos lleva a repetir categóricamente, y plenamente convencidos de su verdad, que cuando la leyenda es más hermosa que la realidad, pues, debemos imprimir la leyenda.
Get Back alimenta de manera proteica esa leyenda. Peter Jackson, el director del film, oficia de punto de referencia, de nexo entre aquellos personajes famosos que alguna vez quisieron -quizás- ser los protagonistas de una versión musical de la obra de Tolkien y que ahora se han convertido, gracias a la magia del cine y de la tecnología, en protagonistas de su película, que es, también, entre otras definiciones, un film sobre otro film.
Hay una gran variedad de preguntas que surgen de inmediato, siendo la primera de ellas la siguiente: ¿Qué hace el talentoso director de la trilogía épica de El Señor de los Anillos en un film sobre The Beatles? Y, más aún, ¿qué es lo que tiene que decir o agregar respecto a la historia de un grupo musical, el más famoso y genial de la historia de la música?
Si en El Señor de los Anillos, Peter Jackson nos mostró el épico combate de unos seres de tiempos inmemoriales contra unas fuerzas sobrenaturales que pretenden avasallarlos, transformando así ese enfrentamiento en una lucha por llevar a su universo de la oscuridad a la luz, de las sombras siniestras a la reconfortante claridad del día, en Get Back, el cineasta también reconstruye, a partir del material filmado en 1969 por Michael Lindsay-Hogg, otro combate, en otro orden de cosas, y en diferentes circunstancias, aunque sin las resonancias épicas de la aventura tolkieniana: la lucha por la supervivencia de un grupo musical, pero, mejor aún, la pelea de cada uno de ellos por mantener vivo el espíritu creador del grupo. Porque, al final y al cabo, lo que vemos en Get Back, entre la sorpresa y la emoción, es el acto mismo de la creación.
Peter Jackson nos pone frente a la obra musical en el momento mismo en que se está creando. Sí, el momento maravilloso en el que se hace la luz, en el que los sonidos y las palabras empiezan a nacer. Ese parto duro, violento a veces, tierno y divertido a ratos. Y siempre hermoso.
Así fue como nacieron las canciones que componen el Let It Be (1970), último álbum de The Beatles en publicarse, pero el penúltimo en materia creativa. Su creación postrera fue el impresionante Abbey Road (1969), aunque ya desde las reuniones del proyecto Get Back (que daría a luz el Let it be) empezaron a surgir los bocetos de algunas de las composiciones que constituirían dicho álbum: Maxwell’s silver hammer, Something, Octupus’s garden.
II.
Dicen las crónicas periodísticas que Peter Jackson es un admirador acérrimo de The Beatles. Y esa admiración lo llevó a indagar acerca del viejo material desechado por Michael Lindsay-Hogg cuando en enero de 1969 filmó lo que sería el documental llamado Let It Be, como parte del proyecto Get Back. Al parecer ahora, cuarenta y ocho años después, Apple Corps estaba interesada en hacer un documental con dicho material que, en la conversación sostenida con el cineasta, se reveló que estaba plena y celosamente guardado en las bóvedas de la productora.
Una nota previa al comienzo del film nos informa que el material base sobre el cual se gestó Get Back estuvo constituido por sesenta horas de filmación y ciento cincuenta horas de audio. Un gran motivo de placer para un rendido admirador de The Beatles que podría así reproducir ante sus ojos -y entender mejor que nadie- esas horas difíciles y esenciales en la vida y en el fin de la banda. Y también un enorme desafío para un cineasta laureado, muy apreciado por la industria y la crítica, y que venía de conseguir un rotundo éxito con su documental sobre la Primera Guerra Mundial, They Shall Not Grow Old (2018), que implicó una ardua labor de restauración, coloreado del film, adición de efectos de sonido, seiscientas horas de entrevistas a doscientos veteranos y cien horas de metraje original (1).
Había, pues, mucho interés en conocer lo que Peter Jackson, con toda esa monumental experiencia en el trabajo documental, podía realizar con el abundante material existente. Dicho material, tal como ya lo hemos referido, en su momento, dio lugar a un film rescatable, aunque, quizás, un poco opaco y falto de brío. Tal vez por ello los cuatro músicos protagonistas no quisieron saber nada de él. El film de Michael Lindsay-Hogg, una especie de cine-verité, que filmaba sin un guion previo, daba cuenta de aquellos gestos y actitudes que ponían en evidencia las divisiones internas del grupo mientras preparaban los temas del que sería su impactante álbum de despedida, Let It be.
III.
Los orígenes de The Beatles nos llevan al año 1956 cuando John Lennon y Paul McCartney empezaron a tocar juntos en pequeños clubes. Dos años después se les unió George Harrison. Sus pasos iniciales los condujeron a Hamburgo en 1960, y en 1961 estuvieron de vuelta en Liverpool tocando en el legendario Cavern Club. Los encuentros con Brian Epstein, que fue su manager hasta 1967 en que murió por presunta sobredosis, y con George Martin, que devino en su productor musical, son hitos fundamentales en una relativamente rápida evolución musical, que los llevó a la gloria.
En 1962 estuvieron listos para entrar a los estudios de grabación. En ese año Ringo Starr se unió a la banda en reemplazo de Pete Best. Y el Love me do, Please Please me, I saw her standing there y Twist and shout, entre otros títulos más se constituyeron en la puerta de ingreso hacia un universo musical cuyos frescos, enérgicos y vibrantes sonidos pulsaron aquellas fibras sensibles aún intocadas de una juventud a la espera de una suerte de liberación física y emocional.
Talento, creatividad y visión comercial y de futuro, los condujeron hacia ese fenómeno mundial conocido como beatlemanía que los puso en contacto con un público juvenil dispuesto a darlo y afrontarlo todo con tal de verlos y escucharlos. Esta constante exposición pública a través de conciertos, películas, entrevistas y declaraciones en los medios, y que los mantuvo en los primeros lugares de la noticia y de los rankings musicales, generó como contraparte un desgaste enorme en la banda que atentó, además, contra su capacidad creativa.
Conscientes de ese desgaste y de las inmensas posibilidades que tenían de intensificar su actividad como compositores, los cuatro músicos decidieron a finales de 1966 dejar de lado las presentaciones en vivo. En 1967 murió Brian Epstein y la banda experimentó un tremendo golpe que más temprano que tarde se reflejó de manera negativa en su disposición y facilidad para llevar adelante su labor creativa. En algún momento del film, ellos reconocen que la partida de Brian Epstein los dejó a la deriva, sin ese padre generador de orden y disciplina tan necesarios para que la creación fluyera de manera rápida y eficaz.
En 1968 luego de la experiencia mística al lado del Maharishi Mahesh Yogi, retornaron a Londres a los estudios de grabación, con menos entusiasmo, pero con una buena cantidad de composiciones en el papel y en la memoria para llevar al nuevo álbum. Luego de la grabación del denominado Álbum Blanco (1968), en el que ya se percibieron serias fisuras en el grupo, los cuatro dejaron entrever diferentes actitudes respecto a la continuidad de la banda: John Lennon y su pareja, Yoko Ono, estaban absorbidos por la experimentación con la heroína; George Harrison pasaba muchas horas abocado a la producción musical; Ringo Starr estaba ilusionado con su incursión en el mundo de la cinematografía. Y Paul continuaba batallando, en medio del caos, por la supervivencia de un grupo que se había constituido en el símbolo de una década tan turbulenta como pródiga en acontecimientos históricos.
IV.
Carentes de la dirección firme y efectiva que le había impreso Brian Epstein, The Beatles no pudieron evitar mostrar evidencias de las dificultades que tenían para mantener su cohesión. Ese potencial creativo que fluyó a raudales en el pasado avanzaba ahora lentamente con muchas dificultades. La vida privada y las aspiraciones personales se levantaban como fantasmas inmovilizadores. Y en ese desconcierto, con otras motivaciones en el horizonte, el interés por mantener viva la banda se fue diluyendo más y más.
Este apretado resumen histórico que viene desde los inicios de The Beatles hasta fines del año 1968, Peter Jackson nos lo recuerda con el montaje de rápidos y breves fragmentos de filmaciones de aquellos momentos que llegaron a convertirse en hitos en la historia musical del grupo.
Esta manera de mostrar el pasado glorioso de una banda legendaria, señalando con fechas tales hitos, para luego confluir a comienzos de 1969 en los estudios Twickenham (2), es una magnífica introducción para lo que vamos a ver luego: el fin de una época, parte de los últimos momentos de vida de un grupo musical que hizo historia, que creó composiciones que han pasado a ser clásicos imbatibles y cuya influencia en el campo de la música persiste a pesar de los muchos años transcurridos.
Mientras veía este material previo al primer día de reunión de la banda, recordé un film que había revisado por enésima vez el día anterior: El Último Pistolero (The Shootist, 1976). Allí Donald Siegel utilizó un recurso similar -una pequeña cronología de vida con retazos de sus películas anteriores- para hacernos conocer a su personaje (John Wayne), un viejo pistolero que cansado y enfermo llega a una ciudad del Oeste para pasar allí sus últimos días. Esta introducción es esencial para poder conocer al protagonista de la historia, crear un vínculo emocional con él y, sobre todo, remarcar el hecho de que el protagonista más allá del ámbito de la ficción, es un personaje real plenamente identificado con los valores del Oeste que el tiempo los está dejando atrás.
En Get Back, Peter Jackson obra de similar manera que el maestro Siegel. A lo largo de diez minutos, nos muestra quiénes han sido The Beatles, cuál ha sido su papel en la evolución de la historia musical y del mundo, y nos recuerda que más allá de su condición de estrellas del espectáculo que han llegado a alturas olímpicas, son seres humanos con sus virtudes y defectos, con sus sensibilidades y pasiones y que, como tales, han llegado a un punto final de donde ya no es posible retornar.
El tiempo, los nuevos vientos que corren en el mundo de la música, los diversos intereses personales, el cansancio, las diferencias insalvables de opiniones y enfoques respecto al quehacer musical, fueron determinantes en la hora final de la banda. Porque Get Back, si bien nos habla de la creación de canciones, es también un film sobre un final, sobre el lírico ocaso de un grupo musical que, a pesar del esfuerzo que está haciendo para poder crear una obra en conjunto, bien sabe o intuye que está viviendo sus últimas horas.
Es desde aquí, desde este comienzo emotivo, que nos damos cuenta que no estamos frente a cualquier documental sobre la vida de una banda. No es el aprovechamiento oportunista a una veta fílmica que es posible explotarla comercialmente. No. Es, por el contrario, el acercamiento respetuoso y cariñoso a un material valioso que refleja fielmente el acto de la creación poética y musical, intentando comprender a los protagonistas, mirándolos con respeto y admiración, sin intentar juzgarlos. Y es la mirada cariñosa, plena de emoción del melómano irredento y del cineasta de estirpe, hacia una banda que dejó el alma y la piel en ese acto creador -estimulante y agotador - y que ya no da más, convirtiendo sus últimos versos y sonidos en una suerte de canto de cisne que aún resuena en el cerebro y en el corazón de los melómanos con sus notas vibrantes, tiernas o aguerridas, serenas o impetuosas. Pero siempre bellas, siempre inolvidables.
V.
Luego de varios años lejos de los escenarios, The Beatles, por iniciativa de McCartney, hablaron una vez más de un concierto, de iniciar un tour, pero tras la oposición de Lennon y Harrison, y tras nuevas discusiones se arribó a una salida en la que todos aparentaron concordar: un programa de televisión con presencia de un pequeño público. ¿Dónde hacer ese programa? Se habló incluso de viajar a Trípoli, y de hacer el recital en un gran anfiteatro romano. Finalmente, y con el director Michael Lindsay-Hogg embarcado en la nueva aventura, aterrizaron en los fríos estudios de Twickenham en Inglaterra.
Allí, en los estudios, surgió una nueva idea: grabar un nuevo álbum, alejado de todos los tecnicismos del momento y, siempre, bajo el registro constante de una cámara que captaría todos los detalles del proceso de creación, ensayo y grabación. Y así, a lo largo de veintidós días fue como se llevó a cabo este proyecto que dio a luz un disco y una película, Let It Be, y que ahora se ha convertido en un nuevo film de siete horas y veintiocho minutos de duración que Peter Jackson ha denominado, como el proyecto inicial, Get Back.
Todo el movimiento inicial nos lleva, poco a poco, a concentrarnos en unos planos de conjunto en el que, sentados en corro, Paul, John, George y Ringo, instrumentos en mano empiezan a hacer lo suyo, bajo la mirada expectante de técnicos y productores. Desde el arranque escuchamos los sonidos primarios y aún inciertos de Don’t let me down y de I’ve got a feelin’.
Intercalando con aquellas composiciones que pugnan por salir a la luz, observamos con curiosidad e interés las discusiones acerca de la naturaleza del proyecto, y con no poco placer observamos los jam sessions de la banda que incluyen pequeños covers de los compositores y músicos admirados. Suenan así Quinn the Eskimo, Johnny be good, I shall be released, Midnight Special, The third man, entre muchos otros.
Hay a lo largo del film, y especialmente en los tramos iniciales, una sensación de caos, de no tener los objetivos claros, de tratar de buscar el camino de la creación a través del intercambio de ideas, del repaso de viejas melodías con otros ritmos y diferentes fraseos, de ejecución de sucesivas variaciones de los mismos versos, de la repetición de frases inconclusas o inconexas en el intento de encontrar la palabra esquiva, el acorde huidizo.
La cámara cinematográfica capta en detalle los gestos, las actitudes, los movimientos de los cuatro músicos, que interactúan entre ellos, comentando, apuntando o corrigiendo la ejecución de acordes, riffs y tonalidades. Es a través de esta mirada acuciosa que el film nos introduce en el universo Beatle. Todo pareciera transcurrir sin orden ni concierto, con un McCartney tratando de movilizar todos los resortes creativos de la banda.
Este es un documental que tiene una característica esencial: no hay un hilo conductor visible, salvo claro está el hecho de que todo está encaminado hacia una presentación pública -que durante muchos días fue incierta porque no había acuerdo dónde realizarla- y la grabación de un nuevo disco, planteamiento surgido a último momento. Esta aparente falta de hilo conductor, que en el cine lo identificamos como el punto misterioso a través del cual pasamos de un estado a otro, aquí no lo tenemos. Peter Jackson trabaja sobre el material ya filmado y selecciona aquellos momentos que crean esa atmósfera hecha de caos, languidez, brío, diversión, conflictos. Y, de pronto, pequeñas luces en el horizonte: sonidos y versos que van naciendo, que van encajando, que vamos identificando como los albores de los clásicos que ahora bien conocemos.
No hay, sin embargo, frases de elogio tras los hallazgos, tras los logros. Sólo hay pequeños gestos de aceptación que incluyen risas, bromas y mucho humor. Pero el trabajo creativo debe continuar. Estamos frente a una rutina laboral. La creación de un álbum es como cualquier otra actividad humana. Una aventura empresarial dirigida a la gestación de versos y sonidos que, bajo ciertos arreglos armoniosos, generan melodías capaces de estimular nuestro sentido de la audición. Y como en toda aventura laboral hay mucha actividad repetitiva, hay novedades, caídas, logros. Y también conflictos.
El film de Peter Jackson, en sus casi ocho horas de duración, cumple también con una labor de sinceramiento o desmitificación respecto a ciertas invenciones que suelen generarse en torno a las grandes estrellas musicales. El cineasta, sin dejar de lado su profunda admiración por The Beatles, captura ese itinerario vital construido en base a esas pequeñas cosas que humanizan a los protagonistas. Y por ello, presta mucha atención no sólo a esa labor ardua y fatigante propia de la actividad creativa sino también a ese elemento revelador de los sentimientos más profundos e intensos del ser humano: el conflicto. Get Back es un testimonio de vida invalorable, cuyo interés crece tras cada revisión que hacemos de él.
VI.
“Si escribo una canción, debo sentir que yo la escribí”, dice George Harrison ante la mirada seria y distante de Paul McCartney convertido en jefe de esta expedición musical. “La idea de estar involucrados tanto como si… fue lo bueno del último álbum (se refiere aquí al Álbum Blanco). Es el único álbum hasta ahora en el que traté de involucrarme”, continúa, no sin cierta incomodidad. Mucho resentimiento acumulado y, quizás, dolor. La expresión de Paul, captada rápidamente por una cámara atenta a cada detalle, descubre la tensión creada. Un “Sí…” manifestado con sequedad y parquedad lo dice todo. Y a esa expresión escueta le sigue un gesto revelador: Paul baja la mirada hacia su instrumento -aquel bajo memorable, compañero de tantas aventuras musicales- lo toma, a manera de una caricia, mientras George, que sabe que ha dado en el blanco, intenta romper el hielo creado: “¿No cantaremos ninguna canción vieja en el show?”
Entre el escepticismo y la sorpresa, George inicia los acordes de Every little thing. Paul empieza a cantar y, finalmente, trata de acabar con el momento difícil que se ha generado y dice. “Buen intento Johnny…”. Pero, luego, George, continúa abordando el asunto. El sonido del I’m so tired de McCartney se escucha en un ambiente cada vez más tirante. A pesar de ello, la actividad continúa acuciados por la necesidad de cumplir con los plazos establecidos.
Los intentos de avanzar con el Don’t let me down son infructuosos. Nadie está contento con la parte vocal. Los coros o estribillos que intentan adaptar a la composición no funcionan, tienen un resabio a comercial publicitario. Para superar el cansancio, se apela a los covers, a los viejos temas tocados en tonalidades distintas.
Pero nada evita el conflicto que ya ha aflorado y que se mantiene latente. Más aún cuando McCartney dispone cómo se deben tocar los tambores o las guitarras. No hay duda que ante el desconcierto, Paul se ve obligado a tomar el control de la banda. Pero es un control en el que hay también una suerte de exclusión o, en todo caso, minimización a los aportes de un George Harrison que, con el paso de los años, ha ido acumulando un material musical propio y valioso.
Resulta bastante duro ver la manera cómo algunas composiciones de Harrison son postergadas o banalizadas como fue el caso de I Me mine. La frase de Paul, “es bonita”, y el baile de John y Yoko con la melodía de este tema entrañable de Harrison son más bien expresiones de menosprecio a una obra que se va construyendo con gracia y sensibilidad. Pero los egos de los compositores principales son enormes. Finalmente, I Me Mine y For Your Blue aparecerán en el álbum como una concesión al autor de All Things Muss Pass, otra composición que fue dejada de lado, aunque, quizás en buena hora, porque luego George crearía, a partir de ese tema un álbum de nombre similar que es una verdadera delicia para los melómanos, una obra maestra absoluta.
Peter Jackson ha intentado – y logrado- captar minuciosamente todo el conflicto instaurado en torno a la participación de Harrison en la actividad creativa del grupo. Las imágenes son muy elocuentes: mientras John y Ringo observan en silencio, George y Paul se enfrascan en una discusión respecto a cómo se deben tocar los temas. Las discrepancias se mantienen hasta que George decide abandonar la banda.
La recomposición del grupo, y el retorno de George, tomaron su tiempo y ello obligó a variar la fecha final señalada para el concierto, cuyo lugar aún no estaba decidido. Entre discusiones sobre la permanencia del grupo, el lugar del concierto, el trabajo creativo, los divertimentos, los ensayos, las pruebas, las audiciones de las versiones que van adquiriendo su forma final, el film avanza con el pleno convencimiento de que el espectador ha hecho carne de esa labor diaria, intensa y exhaustiva. Pero Jackson tiene varios ases guardados bajo la manga. Y con la aparición de cada uno de ellos, sorprende al espectador y lo convence de seguir atento a la rutina laboral de la banda más grande del mundo.
VII.
Get Back, siendo como es un film que testimonia los últimos estertores de The Beatles, es un film amable, que se propone, además, aportar al conocimiento del final de la banda. Ello implica ir, en algunos casos, a contracorriente de lo que muchas veces se escribió, se dijo y se criticó. Uno de los grandes puntos controversiales fue la creencia de que Yoko Ono había sido la principal responsable de la separación de la banda. Y, tal parece, según lo visto en el film de Peter Jackson, no fue así. O, por lo menos, no fue la gran culpable de ese final tan doloroso para los millones de admiradores de The Beatles.
Sí es cierto que su presencia constante al lado Lennon, a quien no abandonaba ni a sol ni a sombra, ocasionaba incomodidad a los demás. En el film, sin embargo, eso no se percibe con nitidez, salvo en aquellos instantes - al día siguiente de la reunión de conciliación con George-en los que estando presentes Paul, Linda McCartney, Ringo Star y otros miembros del equipo de producción, se menciona que en dicha reunión Lennon cedió la palabra a Yoko para que ella fuera la que hablara en su nombre. Y la frase de Paul es lapidaria: “Si John tuviera que elegir entre Beatles y Yoko, elegiría a Yoko”, para luego asentir cuando alguien le dice que juntos componían más que cuando llegó Yoko Ono.
Lo cierto es que la separación obedeció a varios factores que el film expone con claridad. Y, quizás, el factor más importante fue el crecimiento en el orden musical, profesional y personal de cada uno de ellos. En varios momentos el film nos muestra con rápidas pinceladas, como si se tratara de pequeñas fugas, aquellas creaciones en las que de manera solitaria estaban trabajando cada uno de los Beatles. En realidad, ya estaban listos para iniciar su carrera en solitario. Quizás sentían ya como que la empresa conjunta empezaba a ser un obstáculo para ese crecimiento al que ellos aspiraban y avizoraban desde ese mismo instante.
No es de extrañar, por tanto, que, disuelta la banda, salieran discos sorprendentes y notabilísimos como All things must pass (1970, George Harrison), Plastic Ono Band (1970, John Lennon) y Ram (1971, Paul McCartney/Linda McCartney).
VIII.
Casi desde el comienzo de las sesiones, los sonidos de Dont’ let me down están presentes en la banda sonora. Las dudas, las críticas, los cambios a la composición se suceden unos tras otros. De manera imprevista, un día apareció en los estudios Billy Preston, amigo de George Harrison y admirador incondicional de The Beatles, cuya carrera él había seguido con mucha atención y devoción. Billy llegó para saludarlos y ellos le comentaron que, precisamente, habían pensado en la necesidad de contar con un tecladista. Ni corto ni perezoso, Billy se sentó frente a los teclados, escuchó lo que la banda había bosquejado hasta el momento y, de pronto, se hizo la luz. Los maravillosos sonidos de su piano eléctrico y sus matices enraizados en el soul que escuchamos en Don’t let me down, se los debemos al gran Billy Preston, que Dios tenga en su gloria.
Ocurrió una verdadera epifanía. Y los cuatro de Liverpool supieron, entonces, que habían dado un gran paso adelante. Sin embargo, no hubo elogios, hubo ausencia de calificativos, y jamás hubo celebración alguna. Sólo la sonrisa de satisfacción de Billy Preston nos permite suponer o adivinar que el grupo estuvo inmensamente satisfecho por el logro obtenido. Pero estamos plenamente convencidos de que esa sonrisa del músico no tenía como origen el éxito alcanzado. No. Él estaba feliz porque tocaba al lado de sus ídolos, porque estaba ayudando a soportar lo que la genialidad de los músicos admirados había originado y construido. Así de sencillo y entrañable fue este gran artista. Por ello, muchos años después, en el ya lejano 2002, cuando se rindió homenaje a George Harrison por el primer aniversario de su partida, nadie tuvo más derecho que él para estar presente como invitado a esa celebración. Su hermosa voz y los sonidos de sus teclados, se elevaron en el Royal Albert Hall, poderosos y emotivos, en una maravillosa versión de My Sweet Lord y tocaron las puertas del cielo.
Billy Preston fue, durante la grabación del Let it be, un Beatle más con pleno derecho. Y así lo entendieron ellos, que caminaron entonces, desde allí hasta el final de esa grabación con paso seguro, acompañados por los inspirados teclados del joven músico, y de su sonrisa permanente, su silencio respetuoso y su admiración constante.
VIII.
Doce temas componen el álbum Let it be. Para el film, Peter Jackson introdujo fragmentos certeros de aquellos momentos que The Beatles dedicaron a cada uno de esos temas, aparte del Don’t let me down que no aparece en el álbum, pero sí como el lado B de un sencillo que tiene como tema principal el clásico Get back.
En diferentes momentos escuchamos pequeños o medianos fraseos de Two of us, Dig a pony, Across the universe, I me mine, Dig it, Let it be, Maggie Mae, I’ve got a feeling, One after 909, The long and winding road, For you blue y Get back, pero no las versiones completas o las definitivas. El cineasta selecciona aquellos instantes en que se empiezan a bosquejar los sonidos y a acoplar los versos a las melodías ya casi establecidas. Así vemos a Paul discutir la letra de The long and winding road con Mal Evans, mientras Linda Eastman, la pareja de Paul, los fotografía; escuchamos o vemos a Lennon sugerir el agregado de psicodelia y contenido social a algunas composiciones; en la canción Get back, observamos a Paul y John reajustar la letra a la melodía, luego de que en los orígenes de la canción las leyes racistas contra la inmigración los motivara a transferir su indignación al verso. Hay muchas escenas atractivas dedicadas a mostrar los primeros hallazgos, las reformulaciones de las canciones y los lentos avances en la composición. Pero hay una que resulta inolvidable aún en su brevedad: en plano general captado desde la puerta del estudio, observamos al fondo a los cuatro músicos sentados, visiblemente concentrados en extraer de sus instrumentos los sonidos precisos de Across the universe.
Y hay momentos en los que el espectador se pregunta, cuándo van a quedar listas las composiciones. Pues, de pronto, los músicos se bloquean, distraen, corrigen textos o acordes o discuten. Jackson juega con la incertidumbre creada. ¿Cómo puede una canción salir de toda esa confusión? Si hasta pareciera que nadie se toma las cosas en serio, salvo por los conflictos que en algún momento estallan. Y, para echar más leña al fuego, en medio de esta confusión, de esta rutina agobiante que ellos mismos padecen y reconocen, se mantiene aún la incertidumbre del lugar del concierto final.
Entonces, el cineasta nos muestra un detalle clave. Mientras, el resto sigue con lo suyo, entre la improvisación y la creación, Michael Lindsay-Hogg (el director contratado para hacer el Let it be) y Glyn Jones, el ingeniero de sonido, le sugieren a McCartney que un buen sitio para el concierto sería la azotea de los estudios Apple Records en el que ahora se encuentran. La expresión de sorpresa y júbilo de McCartney ponen en evidencia su plena aceptación y su tarea ahora es convencer a un Harrison cada vez más escéptico respecto al concierto final. Ello no impedirá su entrega al proyecto, fiel a los acuerdos que hicieron posible su regreso a la banda: No al show de televisión y traslado de Twickenham a los estudios de Apple para las reuniones y grabaciones respectivas.
IX.
El recital final se convirtió entonces, en los momentos decisivos del proyecto, en el punto de arribo de todos los esfuerzos creativos. Y se convierte ahora también en el clímax del film. Peter Jackson utiliza todo el material disponible para mostrar de comienzo a fin lo que fue la última presentación pública de The Beatles en concierto.
Y es en esta larga secuencia en donde ya es posible ver las interpretaciones de las canciones en sus versiones completas, acabadas o casi terminadas. El arranque, en ese histórico 30 de enero de 1969, espectacular, emotivo, es con Get back, que luego es repetido e interpretado con una banda que demuestra el por qué era la mejor del mundo: plena de energía y vitalidad y con la inspiración al tope. El I’ve got a feeling de Paul y el One after 909 de Lennon son tan perfectos que constituyen las versiones definitivas que pasarán directamente al álbum. Y lo mismo sucederá con la versión en vivo de Dig a pony. Don’t let me down, I’ve got a feeling y Get back, que concluye el recital, se repiten en versiones cargadas de fuerza y sentimiento.
En la larga secuencia del concierto, que tiene una duración de cuarenta y dos minutos, Peter Jackson hace uso del split screen, para mostrar de manera paralela a The Beatles en concierto y las reacciones de la gente, incluida la presencia de la policía amenazando con interrumpir el recital por alteración del orden público. Efectivamente, en la calle, la gente paralizó las actividades del día. Los sonidos de la banda entusiasmaron a unos y molestaron a otros. The Beatles habían abierto el camino a muchas bandas y a otros géneros. The Beatles, con este gesto original, demostraban que aún vivían, aún cuando el tiempo se les acababa. Su música era el ahora, pero el futuro les pertenecía. De allí ese aprecio de unos y la incomprensión de otros.
Fueron veintidós días de trabajo arduo y exhaustivo, que el film de Peter Jackson recupera con prolijidad y encanto, convirtiéndose en la versión definitiva de un hecho histórico construido de pequeños detalles, conflictos humanos y un gran desborde de creatividad. Lo cierto es que en esos veintidós días, incluyendo el día después del concierto en el que se logró obtener las tomas finales de Two of us y de Let it be, estos jóvenes músicos alumbraron un hermoso disco que documentaron con unas imágenes que han servido para darnos a conocer las intimidades de su quehacer musical. El concierto final, que Jackson nos ha mostrado en su totalidad con una gran generosidad de recursos, fue el magnífico cierre de un camino singular que los mostró por última vez juntos y haciendo lo que amaban.
Como los grandes films dedicados a los músicos admirados, y cuyo ejemplo máximo es The Last Waltz (1978, Martin Scorsese), Get back, de la mano de un cineasta sensible y melómano, nos transmite con pasión su amor por la música y su cariño por los intérpretes, haciendo realidad, lo que, quizás, Michael Lindsay-Hogg, deseó y no pudo concretar en aquellos turbulentos días de finales de la llamada década prodigiosa.
Lima, 26 de marzo de 2022.
Notas:
(2) Los estudios Twickenham de Inglaterra estaban destinados a la filmación de películas. Allí se realizaron las películas de Richard Lester A Hard Day´s Night (1964) y Help! (1965), ambas protagonizadas por The Beatles. Y allí, John, Paul, George y Ringo se reunieron el jueves 2 de enero de 1969 para dar inicio a las sesiones del proyecto Get Back.
Agradecimientos:
A Luis Yauri (Cine Voyeur), por su apoyo invalorable en la consecución de una copia impecable del film Get Back y de toda la filmografía de The Beatles. A mi buen amigo Henry Flores, por brindarme la oportunidad de colaborar en su notable revista digital Discos y Otras Pastas donde puedo compartir espacio con un melómano de estirpe como es mi entrañable amigo bonaerense Jordi Cañada y con el cinéfilo y crítico cinematográfico, amigo apreciado también, Oscar Contreras.
Agradecimiento especial: A Yola, por la revisión y apuntes críticos al texto.

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