Discurso pronunciado en la inauguración del 28 Festival de Cine de Lima PUCP, el 8 de agosto de 2024, en el Gran Teatro Nacional por el Doctor Julio del Valle, Rector de la Pontificia Universidad Católica del Perú – PUCP.
Quiero empezar con un saludo especial, desde mi corazón, a mi padre, quien me enseñó desde mi niñez a ir al cine con alegría y entusiasmo. En mi caso, a las matinales de fines de semana; luego, y siempre con él, a las películas para las que se requería ir acompañado de una persona mayor. Por ejemplo, con él pude ver "Excalibur", de John Borman, en el entrañable cine Ambassador, en Lince. Luego, aprendí a escoger las películas que quería ver, pues ya podía andar solo en la vida. Son recuerdos que me acompañan desde siempre y he querido empezar con esta nota personal porque sé muy bien que no tiene nada de singular, que esto que acabo de recordar –el recuerdo de las primeras imágenes del cine asociado a nuestros seres más queridos, a nuestra primera educación sentimental– es una experiencia compartida, por no decir “universal”. El cine es, en suma, un acto entrañable de vida.
Saliendo de mí, les digo que estamos muy felices de contar con su presencia en este, nuestro Festival de Cine de Lima, que en su vigesimoctava entrega es, para la Pontificia Universidad Católica del Perú, una renovada oportunidad de encuentro y apertura, de fortalecer alianzas y complicidades por la cultura, por el arte y por el país que lo demanda.
Precisamente sobre esta demanda, que también es un compromiso, quiero saludar y agradecer a nuestros dos presentadores del presente festival: la Fundación BBVA y el Ministerio de Cultura, que son hoy un claro ejemplo de la necesidad para el arte de sumar esfuerzos y apoyos. Muchas gracias.
Me dirijo a ustedes, estimada audiencia, no solo como el nuevo rector de la Pontificia Universidad Católica del Perú, sino además como quien, con un sólido equipo, asume la responsabilidad y el desafío de ser la voz que representa la pluralidad de voces que identifican a nuestra casa de estudios.
Vienen las palabras. Quiero empezar a tejerlas desde, justamente, la idea del desafío. Y quiero vincular el desafío con el arte, en especial con el cine. “Desafiar” implica salirse de la costumbre. Hacer visible lo que no lo es aún. Cambiar la mirada y sorprender, retar a lo esperado. Y quiero hacerlo con una pregunta muy simple: ¿Qué pasa cuando uno va al cine?
El solo hecho de decidir ir al cine es un evento en el que no acostumbramos pensar, pues puede haberse hecho costumbre e incluso una rutina. La costumbre enmudece al asombro. Me gustaría que estas breves palabras renueven nuestro sentido del asombro, pues ir al cine es ir al encuentro de una historia, predisponerse con libertad y placer a que te lleven a lugares que la imaginación crea. Muchas veces significa, también, exponerte a que te hagan ver aspectos de la realidad que no quisieras ver.
Ir al cine es ceder tu andar haciendo cosas en el día para sentarte en una butaca y dejarte llevar. Hay magia en el cine. Sucede muchas veces que solo fue una salida, un pasatiempo; muchas veces, divertido. Y está bien. Es importante pasar bien el tiempo. Reírse a carcajadas con una buena comedia. Otras veces, sin embargo, la historia narrada en la pantalla cambió tu vida. En mi caso fueron varias películas las que cambiaron mi vida. Me desafiaron y desacomodaron. Desafiar. Esa era la palabra. Mantengámosla presente.
El cine, como forma de arte, tiene eso: me refiero a la potencia para desafiar, para abrir nuestros ojos, hacer sentir más nuestras manos, agudizar más nuestro oído, ampliar el horizonte de nuestra mirada y hacer más lúcidos o desesperantes los latidos de nuestros corazones. El cine también tiene la posibilidad de transformar nuestra mente, nuestra sensibilidad, nuestro presente. Lo que somos. No estarán sentados aquí, esperando el inicio de un festival de cine, si no lo sintieran.
Para lograrlo, eso sí, para que la chispa brote y suceda el instante del asombro y transformación, es necesaria una condición especial, esa magia inescrutable que es la inspiración. La inspiración es la chispa que nos mueve, nos dinamiza, conquista e irrumpe para hacer de un sueño no solo una ficción, sino una búsqueda incansable de oportunidades que le permitan hacerse realidad y, desde esta realidad creada, una acción que inspire a muchas más voluntades como el colectivo que hoy nos reúne bajo la fiesta del cine. Todas y todos aquí estamos dispuestos a jugar ese juego de ficción y realidad o de ficción que mueve la realidad.
Todo ello, sin embargo, implica que me preste al desafío: nada pasa si no me dejo contar la historia, si no entrego mi disposición. Amar el cine es, pues, ceder al asombro. Lo mismo pasa con la educación. Hay que creer en ella. Hay que creer en ella como un bien. Lo mismo pasa con la Universidad. Lo mismo pasa con nuestros derechos y esperanzas. Hay que creer en ellos y luchar por ellos. La costumbre anual puede hacer pasar desapercibido que este festival, como también el de años anteriores, es una apuesta por la generación y el estímulo al arte y a la cultura, que son nuestros mecanismos creativos del asombro y una oportunidad invaluable de reconocernos, encontrarnos, celebrarnos y afirmar nuestros ideales.
Hablemos de ideales. Creo que es importante situar el desafiante rol que tiene el arte en general y el cine en particular en un momento como este, en que nuestro país enfrenta una crisis política cada vez más profunda y que se traduce muchas veces en inestabilidad, o en desesperanza, ante la constante arremetida contra las bases de nuestra vida pública, de nuestra democracia, de nuestras ilusiones de construir un país equitativo, inclusivo, donde todas las personas puedan disfrutar de su libertad. Muchos y muchas percibimos que nos empieza a gobernar una suerte de apatía, de pérdida de ilusión por la posibilidad de alcanzar cambios mediante la acción colectiva que permitan construir la equidad y justicia que tanto necesita nuestro país. Esa desesperanza es preocupante. Acá la lucha es, claramente, por la democracia, por el respeto a los valores democráticos y la institucionalidad, sea cual sea la tienda política; la lucha es por el diálogo generoso e inteligente que permita construir consensos para el bien común.
Esta nueva gestión en la PUCP ha asumido con responsabilidad el compromiso de ser una voz decidida que se escuche en el país y a nivel global. Precisamente esa voz hoy sostiene con firmeza la necesidad de una administración adecuada de justicia sin impunidad y sin censura, así como la firme defensa de una educación de calidad para todas y para todos, que sea acompañada con el fomento de la cultura y una empatía exenta de dudas por el cuidado de las personas y del medio ambiente, que es nuestra casa común. Con la vista fija en ello, educamos.
Y por ello es importante, es urgente, hablar de la cultura en el Perú de hoy, pues ella se cuenta también entre esos ámbitos de la vida pública que hoy están bajo amenaza de restricciones y de ser víctima de la intolerancia. La cultura debe ser defendida entre nosotros como el espacio de la creatividad y del asombro, como el ámbito de la resistencia y de la construcción de una memoria nacional justa e incluyente, como el lugar del desafío frente a todo lo que contradice al bienestar humano y los derechos fundamentales. El arte, en general, nos provoca en muchos sentidos y debemos saludar esa sana provocación.
Y, dentro de ese universo de la cultura, el cine, ese persistente provocador, tiene un lugar central y debe ser defendido. Debe ser defendido, frente a la intolerancia, como el espacio que nos ayuda a recordarnos y a entendernos como país; debe ser cuidado, protegido. Las y los artistas se tienen que sentir seguros y seguras al crear. Y, por ello, queremos que este festival que nos reúne por vigesimoctava vez sea entendido también como un gesto de apoyo y defensa de la libertad de nuestros creadores en el mundo del cine, lo que es también defender la libertad de los espectadores y, a la larga, del país entero. Queremos que sean estas jornadas un motor que fortalezca en cada uno de nuestros corazones un sentido de memoria, una señal de identidad, un propósito para la lealtad, un eje de atracción y estímulo para el amor y para amar; especialmente a nuestro país, especialmente a su futuro, pensando justamente en los 200 años de su independencia.
Por todo ello, es mi deseo y el de todo el equipo rectoral que el Festival de Cine de Lima PUCP sea, este 2024, una voz que exige libertad e independencia para crear, para sentir, para recordar y desafiar, porque somos la evidencia de una producción nacional cada vez más fecunda y con más éxito de taquilla y de crítica a nivel nacional e internacional. El cine que durante los siguientes diez días disfrutaremos debe ser irrefutablemente constructor de un significado colectivo y de identidad donde vibre la primacía de la libertad, donde el estímulo surge de la necesidad común de pensar y sentir, sin ninguna censura y de forma tan diversa como sea posible.
Esa es nuestra Universidad, esa es nuestra esencia y esa es nuestra consigna: pluralidad, apertura, interculturalidad, diálogo, respeto, excelencia en la expresión de ideas y sensibilidades y gratitud, mucha gratitud, con todas aquellas personas que arriesgan creando cultura y saber. El apoyo a ellas es necesario; es un compromiso con el presente y el futuro de este país.
Les extendemos nuestros brazos en nombre de la PUCP y les invito a disfrutar del Festival de Cine de Lima para que redescubramos en este la esencia que nos une, a partir del arte y la cultura, para escucharnos y hacer de nuestro país una comunidad íntegra que no renuncia a su sueño de construir, cada día, un mejor presente que nos reconcilie, abrace y conecte por un mismo objetivo: el Perú que soñamos, el Perú por el que hoy trabajamos.
Bienvenidos a su festival, nuestro festival, ¡donde son siempre bienvenidas todas y bienvenidos todos! ¡Muchas gracias!
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