De lleno, nos vemos sumergidos en un entorno de blancos y grises. Puertas, paredes de concreto, mayólicas y muebles confluyen así en un casi monocromático y minimalista ambiente.Es entre este espacio que se desenvuelve Eve (Gabriela Cartol), auxiliar de limpieza. De mirada un tanto triste y vistiendo su gris uniforme, ella muestra siempre una gentil disposición (si acaso dócil), hacia los distintos huéspedes que la requieren.
Aunque responsable y dedicada, Eve se permite de cuando en cuando curiosear en los cuartos que atiende. Gusta de divagar con los artículos que encuentra y se sumerge en sus propios pensamientos. Cualquier cosa que la saque del tedio de sus quehaceres es menester para hacer tolerable su actual situación.Es curioso sin embargo, el observar al resto de colegas de Eve con una mejor predisposición. En concreto, es un colectivo alegre y entusiasta, camuflado claro está, en aquel ámbito gris y geométrico de los interiores del hotel.
Solo Eve se muestra apática, inconforme, incluso introvertida. No gusta mucho de interactuar con sus pares. En todo caso, el poder comunicarse cada tarde con su menor hijo (Rubén) vía telefónica, es toda la comunicación que ella necesita. Lo quiera o no, sin embargo, diversos personajes irán cruzándose en el camino de Eve, matizando así la trama. A veces para bien. Otras, no tanto.
Desde huéspedes un tanto excéntricos (una poco recatada argentina, madre primeriza), a colegas parcos (la ascensorista lectora), emprendedores (la vende tapers) e incluso algunas de corte jacarandoso (La Mini Toy).Es justo esta última (Mini Toy), quien hará las veces de una oportuna sidekickpara Eve. Risueña de nacimiento y sin complejo alguno por su rolliza y ruda apariencia, Mini Toy se dará a la tarea de sacar a Eve de su habitual ostracismo, obteniendo de cuando en cuando una cómplice sonrisa.
En lo referente al aspecto idílico, tenemos como mención especial al Limpiaventanas. Un joven trabajador del hotel, quien no dudará en cortejar a la adusta Eve. Pese a todo, la respuesta es nula… al menos, de momento. El tiempo sigue su curso, inexorable en lo cotidiano e intrascendente. Nada de lo que Eve haga tiene un valor real, más que para sí misma.
¿Su gran objetivo?, el ascender al Piso 42, y mejorar su status (laboral y educativo). Esto, mientras intenta obtener con porfiado empeño un vestido rojo del cajón de “Objetos Perdidos”, propiedad del hotel.Se da un momento atípico de la protagonista. Siempre con su pretendiente desde el otro lado del ventanal, esta se desnuda para él. ¿Acaso ambos ya comparten una relación?, ¿qué ocurrió entre ellos, fuera de las paredes del hotel?
La trama no revela nada de manera específica. La única pista en este caso, es el observar a Eve en una escena posterior, tendida sobre el retrete de uno de los cuartos y luciendo un semblante enfermo. Tal vez el pequeño Rubén tenga un nuevo compañero de juegos.El desenlace no es auspicioso. Un duro revés aguarda a Eve, anulando así sus pretensiones laborales.
Estancada en su realidad y con el vestido rojo en mano, Eve pierde el control y estalla en un intenso frenesí de rabia. Su refugio para la consumación de tan irreverente acto es el Área de Lavandería del hotel. Así, sus gritos se entremezclan con el constante sonar de las decenas de lavadoras que la rodean en aquel siempre monocromático, geométrico y asfixiante espacio, tan bien compuesto por la directora.
Eve experimenta otro instante de rebeldía y rompe las reglas. Esta asciende por cuenta propia al tan añorado Piso 42.El decorado de aquel lugar es distinto. Más llamativo y multicolor. Una elegancia moderna y de corte pomposo asoma ante los ojos de la joven mucama. Para su pesar, este es solo un consuelo temporal.Su jornada culmina, como tantas otras veces, más con pena y sin ninguna gloria. La ira y furia previas, son ahora precedidas por el conformismo y una moderada desidia.
Eve atraviesa las puertas giratorias de su centro de labores y enrumba hacia la calle. NADA EXISTE más allá de los confines de aquel acristalado e imponente edificio. Eve se aleja cada vez más del encuadre hasta perderse en el desenfoque… Corte a negro. Fin.
De ritmo pausado, meramente contemplativa y un tanto monótona en ocasiones, La Camarista guarda sin embargo, una cualidad esencial en su propuesta: Hacer interesante lo insignificante.
La cinta, es una competente exploración hacia lo cotidiano y meramente irrelevante. Una escrupulosa narración del diario quehacer de Eve. Un personaje como tantos, sin mayores credenciales o logros valederos. Tan solo una vida opaca y melancólica que converge con el resto.
Mención especial a la agudeza visual de la debutante directora y su óptimo manejo de la atmósfera. Esto, sumado a la sutil, pero contundente propuesta fotográfica (Carlos F. Rossini) y a una excelente dirección de actores.Sin duda, Gabriela Cartol emerge como la piedra angular de todo este esquema, merced a su excelente y cautivante performance. De momento, es de mis cintas favoritas. Recomendada.
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