CRITICA DE CINE: LA HERENCIA DE FLORA, DE AUGUSTO TAMAYO SAN ROMÁN.


Por: Sandro Mairata. 

 Como cineasta, Augusto Tamayo morirá en su ley. Lo mostrado en su más reciente filme, “La herencia de Flora”, nos retrotrae a una época en que muchas cosas se pasaban por alto al exhibir cine peruano, porque era lo que se podía hacer con los recursos disponibles tanto técnicos como de presupuesto.

Esa era hace mucho ya pasó.
El cine peruano de hoy, el serio, puede filmarse a miles de metros sobre el nivel del mar en lo alto de los Andes –“Reinaldo Cutipa”, “Wiñaypacha”, “Willaq Pirqa”– o con recursos mínimos y sin actores conocidos –“Entre estos árboles que he inventado”, “Cielo abierto”, “Mataindios”, “Diógenes” – y gana premios y distintos palmarés internacionales –“Raíz” y “Reinas” en la Berlinale, “Kinra” en Mar del Plata– mostrando una sofisticación y cuidado en muchos niveles que van desde una excelente dirección de actores, una meticulosa cinematografía, guiones cincelados con finura y notable pericia técnica en edición, sonido y acabado general.
Nada de eso muestra “La herencia de Flora”, una de las peores películas del año cuyos descuidos son mayúsculos y cuyas responsabilidades apuntan al sillón del director. Estamos ante un biopic de Flora Tristán (1803-44) pionera feminista y socialista franco-peruana cuyo libro ‘Unión obrera’ (1843) influyó decisivamente en la obra de Karl Marx y Friedrich Engels. De hecho, su arenga “¡Trabajadores del mundo, uníos!” precede en cinco años al de ‘El manifiesto comunista’ (1846) y su ‘Peregrinaciones de una paria’ (1838) es un pilar del feminismo mundial.
Como en un filme previo, “Rosa mística” (2018), Tamayo elige un ángulo para encarar su historia y se ciñe a él con terquedad obsesiva (en el caso citado, presentaba a Isabel Flores de Oliva –Santa Rosa de Lima– como casi una víctima de problemas mentales). En “La herencia de Flora” viviremos las peripecias de Tristán (Paloma Yerovi), residente en Burdeos, Francia, en pos de una herencia que le resulta negada por ser la hija bastarda de una acaudalada familia arequipeña.
Yerovi lo da todo en rol un mal concebido desde su guion, que se centra en lo melodramático y telenovelesco más que en lo esencial del personaje, en aquello que lo hace relevante. Así, lo escrito por Jimena Ortiz de Zevallos y Tamayo no son diálogos sino un conjunto pantanoso de micro-monólogos que entorpecen la historia y que, entrados de lleno en el relato, se hacen exasperantes de presenciar. Yerovi y el desaparecido Diego Bertie, quien interpreta al amante de Tristán, el Capitán Chabrié, se lanzan textos tediosamente cursis y lo dan todo en escenas pésimamente planteadas, como un encuentro fortuito (y forzado) en un barco de noche, donde parece que prenderá el romance, pero cortamos a otra línea argumental inconexa.
En las promociones y al interior mismo de la película se omite la formación política de Tristán –se hace hincapié en las obras feministas pero se esconde ‘Unión obrera’, una obra igual de importante–. En un momento, Tristán está reclamando por su herencia y como por arte de magia se solidariza con obreros y arenga por sus derechos. Es decir, Flora Tristán en la visión de Tamayo se hace una pensadora política de la nada. La vemos con ojos llorosos buena parte del filme (¿por qué?) y nunca sabemos quiénes fueron sus maestros políticos o académicos, quién o qué la inspiró (¿la búsqueda de su herencia?) ni las vicisitudes de la escritura y publicación de sus libros ni menos la repercusión inmediata de los mismos, es decir, “La herencia de Flora” ignora aquello por lo que Tristán nos importa y se centra en el McGuffin, en el motivo accesorio de la herencia que realmente a nadie le interesa –spoiler, ni siquiera a la resolución final del filme.
En “La herencia de Flora” sí veremos “obreras” con la cara sucia y las ropas muy limpias (¿?) y a un reparto que, ya sea en Burdeos, Lima o Arequipa habla con acento limeño. No pido que exclamen “¡alalau!” pero la poca verosimilitud se pudo mejorar con cuidado en los detalles. Como en otras reconstrucciones de época de Tamayo, los sets lucen como sets, los extras aparecen conversando sonrientes de manera artificial, los vestuarios son limpios y nuevos cual disfraces de estreno y la iluminación es artificiosa y elemental como la de una miniserie peruana de los noventas.
En la versión que vi del filme incluso hubieron escenas fuera de foco, problemas de audio (la regrabación de los diálogos en post resultaba en un atentado contra cada escena) y el imperdonable de ajustar los encuadres en plena escena en lo que parecía una cámara montada sobre un trípode oxidado –ver temblar el encuadre por el movimiento de la cámara en un filme de 2024, en la versión final de un director con décadas de experiencia no puede sino denunciarse.
Lo mejor de este filme son las actuaciones entregadas de Yerovi, Bertie y de Lucía Caravedo como la intrigante prima arequipeña. Por lo demás, este no es el filme que esperábamos sobre Flora Tristán.
Sinceramente, una pena.

CALIFICACIÓN: 1.5/5 | Por Sandro Mairata @smairata / REFLEKTOR
“Una de las peores cintas peruanas de este año”.

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